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Ya lo decía Hipócrates: que la comida sea tu alimento y el alimento tu medicina.

¿Somos conscientes de ello? ¿Tomamos conciencia de que somos lo que comemos? Y a la vez comemos lo que somos. ¿Nos damos cuenta que el cuerpo se mueve con energía que proviene del sol, del aire y de la tierra, y de los alimentos que ingerimos llamados nutrientes?

Porque…. comida hay mucha, pero alimentos pocos. Sobre todo en este mundo que impone un estilo de vida más moderno, con más tecnología, más consumismo, más estrés, donde todo apunta a la comodidad de lo artificial para “hacer” nuestras vidas mejores.

Así es que nos vemos obligados a elegir desde la conciencia qué es lo que nuestro cuerpo necesita para estar pleno, lleno de energía, y que nos dé el impulso y las ganas de afrontar los retos de nuestras vidas día a día.

Nos hemos acostumbrado a elegir y recurrir a los supermercados como lugares donde obtenemos nuestros alimentos, sin saber que abundan alimentos desnaturalizados (para poder cubrir la gran producción) con conservantes, potenciadores de sabor, colorantes, etc.

¿Cómo volver a la naturaleza?

La primera lección para comer sano es no dejarse llevar por la publicidad. Hoy somos víctimas del hambre psicológico, más que fisiológico. Y no le damos importancia a nuestra dieta, al equilibrio de la misma, a ese equilibrio que implica un orden, una armonía.

Un orden y un equilibrio que se traduce en salud, siendo su opuesto, el desorden, el desequilibrio, o sea, la enfermedad física, como manifestación de lo anterior.

Las dolencias surgen cuando nos desviamos de un modo natural de vida y el cuerpo trata de neutralizar las sustancias dañinas acumuladas. Para ello debemos ayudarlo con una dieta alimentaria saludable.

Recordemos que los alimentos que acidifican el cuerpo son la leche y sus derivados, la carne y sus derivados, alimentos enlatados o congelados, alimentos elaborados con harina refinada, azúcar refinada, bebidas alcohólicas, dietéticas, gaseosas, chocolate, conservas, papas fritas, snacks, aceites y grasas hidrogenadas.

Es por ello que debemos volver a lo natural. La naturaleza es sabia y nunca se equivoca.

Podemos consumir fruta fresca, vegetales cocidos y hortalizas, cereales integrales, semillas y fibras hidrosolubles y yogurt con bacterias vivas para regenerar la flora intestinal. Y además suplementar la dieta con nutrientes para cubrir deficiencias subclínicas para proteger al organismo de los posibles daños causados por los aditivos, pesticidas y otros productos químicos.

Suplir las carencias nutricionales

El complemento o suplemento en nuestra dieta con los antioxidantes nos ayuda neutralizar los efectos de agentes dañinos como los radicales libres.

Así, por ejemplo, la vitamina A mejora las membranas mucosas y beneficia el tracto digestivo; la vitamina E repara tejidos dañados; el selenio, mineral antioxidante y anticanceroso, complementa a la vitamina E y ayuda a desintoxicar al cuerpo; el zinc mantiene la función inmune y previene el acné.

Todos ellos previenen el cáncer y el envejecimiento.

De ahí, la importancia de tomar conocimiento de la alimentación que elegimos, y poder asesorarnos con especialistas en el tema. 

Identificar las carencias de minerales y vitaminas para poder recurrir a suplementos dietarios que realmente repercutan de manera objetiva en nuestra salud, recuperando el equilibrio físico, aumentando nuestro nivel de energía, saliendo de la zona de fatiga y mejorando nuestra función digestiva para así enfocar nuestra salud desde la prevención y no desde las consecuencias.

Aconsejamos consultar a profesionales de las diversas aéreas (médicos,

nutricionistas) antes de ingerir cualquier suplemento.

En Laboratorio Tabor solo utilizamos fuentes de organizaciones sin fines de lucro. Los artículos presentes en este blog son a modo de divulgación. Cada artículo publicado ha sido revisado por un experto.



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